Siguen vendiendo fiado como hace casi 50 años en Maquinchao, uno de los pueblos más fríos del país
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En el corazón de uno de los pueblos más fríos, Telmo Herrera y su familia sostienen una tradición de décadas: la libreta del fiado. En su almacén, el comercio es un acto de confianza, una apuesta a mantener vivos los lazos de la comunidad.
En Maquinchao, ese rincón helado de la Línea Sur rionegrina, las temperaturas bajan tanto que hasta el aliento parece quedarse quieto en el aire. Sin embargo, hay cosas que ni el frío más extremo logra congelar: una de ellas es la confianza entre vecinos. Y eso, precisamente, es lo que sostiene desde hace más de cuatro décadas el almacén «El Progreso», un comercio de ramos generales que aún mantiene viva una costumbre que parece salida de otro tiempo: vender fiado.
Maquinchao, uno de los pueblos más fríos del país
El alma de ese negocio es Telmo Herrera. A sus 76 años, sigue caminando entre las góndolas como si cada producto tuviera una historia para contar. «De una aguja a un auto», dijo con una sonrisa que no se le escarcha, recordando cómo empezó todo.
Lo hizo, simplemente, «porque era trabajo». Ese pragmatismo sencillo, directo, es el mismo que aplicó durante años para atender a los vecinos, escuchar sus necesidades, anotar en la libreta y confiar en que, a fin de mes, la cuenta se salda.

“Siempre fui comerciante. Siempre de la misma manera, con buena cara. Hay que tener constancia”, rezó. Esa es su receta. Una fórmula que le transmitió a su familia, quienes también colaboran activamente en el negocio familiar con la misma tenacidad.

En tiempos en que las billeteras virtuales parecen querer dejar en el pasado hasta el dinero en efectivo, los Herrera conservan un cuaderno que no solo sirve para anotar deudas: es el testimonio de una relación basada en la palabra, en el compromiso mutuo, en saber que en pueblos como Maquinchao, donde la vida no es fácil, nadie puede andar ni salvarse solo.

El fiado no es un capricho. Según se interpreta, es una necesidad. «Está todo caro y a la gente no le alcanza. Mientras podamos, acá se seguirá usando la libreta”, respondió Herrera. Y no lo dice con tono de resignación, sino con orgullo. Porque en ese pequeño gesto -anotar sin cobrar de inmediato- hay una ética que atraviesa generaciones.
La libreta es testigo de una economía local volátil. En Maquinchao, las épocas de bonanza se sienten de verdad solo después de la esquila, cuando algunos bolsillos se llenan un poco más. «Ahí se vende mejor», comentó Telmo. Pero en los meses duros, el fiado mantiene en pie a muchas familias.
Es por eso que, «El Progreso» no es un simple almacén. Es un refugio, un espacio donde no sólo se compra pan o azúcar, sino donde se mantiene viva la red comunitaria. Allí se charla, se consulta por los hijos, se recuerdan viejos inviernos y se comparte.
Telmo ya no está solo al frente del negocio. Humberto (47), su hijo, aprendió desde chico a embolsar mercadería, a llevar la cuenta y a entender que el almacén es mucho más que un lugar de trabajo: es parte del corazón de Maquinchao. Juntos, padre e hijo, enfrentaron las crisis económicas que van sacudiendo al país con una receta tan antigua como efectiva: trabajo diario, confianza y paciencia.

“Hay que buscarle la vuelta. Son tiempos bravos”, reflexionó Telmo. Y sugiere que la clave es no perder el vínculo con la gente, no dejarse arrastrar por la desconfianza. En ese sentido, el frío es casi un aliado: obliga a mantenerse cerca, a cuidarse unos a otros.
Aunque en el almacén aceptan pagos digitales, la libreta sigue ocupando un lugar central. La tecnología no logra reemplazar aquello que la calidez humana refuerza con cada relación directa que existe con el vecino. Es ese apretón de manos invisible que se firma con cada compra.
Cuando llega el fin del mes, muchos se acercan a pagar lo anotado. Y si no pueden, explican, piden un poco más de tiempo, y así el ciclo continúa. No hay tarjetas rechazadas ni límites de crédito: hay palabra, hay sentido de pertenencia y hay comunidad.
En las calles nevadas o escarchadas de Maquinchao, donde cada invierno parece una prueba de resistencia, la historia de los Herrera recuerda que las pequeñas acciones tienen un impacto enorme. Muchos dirán que vender fiado no es un negocio rentable, quizás. Pero es retribuido en afecto, en memoria, en identidad.
Y es que, al final del día, Telmo y su familia hacen algo más que mantener abierto un comercio: sostienen una forma de vida, una red invisible que conecta a los vecinos en medio del viento y el hielo. Ellos saben que, incluso en uno de los pueblos más fríos del país, todavía queda lugar para la calidez de la confianza.
Texto: Rodrigo Sandoval
Fotos: Juan Tomhes
Fuente Facebook Diario Río Negro